El
aceite había llegado a la temperatura ideal para freír un huevo. Tomó uno de la cesta y le dio un par de golpes contra el
filo de la estufa, quebrando el cascarón. Tiró el contenido a la
sartén y se escuchó el sonido de estrellitas centelleantes que
produce el agua al chocar con el aceite caliente.
Mientras
esperaba y veía como la consistencia del huevo se volvía cada vez
más firme, tomó conciencia de su estado: de pie, despierta,
bañada y lista para salir al trabajo, y pensó:
-Hay
días mejores que otros. Hoy no, hoy me amaneció en las neuronas,
hoy me duele la ausencia de sus desprecios, en el órgano más grande
que tenemos todos, hoy cada poro de ese miembro le reclama, hoy
quiero su puño reventándome los vasos capilares, quiero el morado,
la adrenalina, el alcohol y las drogas. Hoy le quiero dentro de
mí. Tendrán que soltarme un rato, la razón, el autocontrol y
los psiquiatras con sus pastas. Hoy quiero que me destroce los
intestinos. Hoy el tener conciencia de quien soy y del por qué añoro
lo que quiero, no me impiden las ganas, de inventarle de nuevo entre
mis piernas.-
Seguidamente
apagó la estufa, el sonido centelleante fue disminuyendo
paulatinamente. Silencio. Subió muy lentamente las gradas que
conducían a su habitación, contando cada escalón, como dándole
tiempo a su razón a despertar o al arrepentimiento a llegar y ponerle freno a sus impulsos.
Encendió la computadora, se
conectó, ingresó al correo, miró fijamente la ruedita gris del
chat a la cual le seguía el nombre de su antojo. En cuanto ésta
cambió a verde, escribió: “llevo un six y un colmillo, prometo
irme cuando todavía estés dormido” y mientras esperaba la respuesta, se puso a escribir el ensayo para el seminario sobre feminismos al cual se había inscrito el martes recién pasado...
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